martes, 16 de septiembre de 2014









El galope de un pequeño caballo manso. 

Jimena Repetto


No me voy a bajar, papá. No me insistas. No me mires así, con esa cara. No me importa. Yo no te miro y listo. Vos me prometiste que hoy íbamos a hacer todo lo que yo quisiera. Así que me quedo acá. Y también quiero este caballo. No quiero un Mecano, no quiero un robot que camina solo, no quiero un autito a control remoto. Quiero este caballo y lo quiero para siempre. Comprámelo. Te juro que lo voy a sacar a pasear todos los días. Te juro. Te juro que le voy a cepillar el pelo hasta que brille como un cometa. No me grites porque no me bajo. Pensá: puede dormir en el garage de mamá.

¿Vos no sabías del garage? En verdad es el garage de Ernesto. Yo pienso lo mismo que vos de ese Ernesto. Para colmo se quiere hacer mi amigo. Yo te quiero y te prometo prometido que nunca le voy a decir “papá”. Porque no es mi papá. Mi papá sos vos y por eso me vas a regalar este caballo. Vamos a ser como hermanos. Porque ahora que vos y mamá no viven juntos, yo soy hijo único para todo el futuro. El bebé ese que tiene mamá en la panza no es nada hermano mío. Más hermano mío es el caballo. Vamos a compartir polenta con tuco y mirar los dibujitos

No me voy a bajar. No me tires porque me agarro fuerte y le voy a arrancar los pelos al caballo. No me insistas que me pongo a llorar. Yo lo necesito, vos no entendés. Lo necesito un montón. Porque ahora que vos vivís lejos, con el caballo puedo ir a visitarte más rápido, cuando yo quiera. Puedo ir siempre y no sólo los fines de semana. Lo voy a llamar Lucrecio. Lucrecio Aguirre. Y voy a aprender a galopar. Vamos a practicar en la plaza. Voy a ganar carreras. Voy a correr más rápido que el auto de Ernesto.

Sí, Ernesto también tiene auto y es nuevo y todo lustroso. Pero no te preocupes que nosotros vamos a tener a Lucrecio que es mejor que un auto, porque autos hay por todas partes, pero caballos con manchas grises hay muy pocos. Estás poniendo cara de estar triste. No te pongas triste. Si me acomodo así, para adelante, entramos los dos acá. Te hago un lugar, vení, subite conmigo. Vas a ver, se ve todo alto. Ahora no, mejor después, porque todavía lo estoy domando.

Yo sé que me querés. No me lo digas más porque me aburre. ¿Vamos a ver el mar, mejor? Si vamos a ver el mar, podemos pasar a buscar a mamá. Vamos los tres. ¿Cómo que no? ¿Vos pensás que no entramos? Bueno, alquilamos otro caballo. Mamá siempre te decía que quería ir a la playa y vos siempre “que tengo mucho trabajo”, “que voy a jugar al fútbol”, “que el año que viene”. Pero mamá hablaba de las olas y que extrañaba el viento en la cara. Yo era chico, pero me acuerdo. Y se ponía el vestido de las flores rojas para esperarte para comer. ¿Sabés las veces que te esperamos para comer? Y a mí me dolía toda la panza hasta que vos venías. ¿Y cuando te enojabas con mamá? A veces tenías mucho enojo, papá. Tanto enojo que yo también me quería ir a caminar en la arena toda amarilla.

Decime, ¿es cierto lo que le escribiste a mamá? No, yo no quise leer la carta, pero la encontré cuando buscaba unos rastis que se me habían perdido. Tan privada no era porque hablabas de mí y de que nunca me hiciste faltar nada. Ahora no me sigas preguntando, que yo quiero hacerte una pregunta: ¿de verdad se te fueron para siempre todos los enojos? Si es así, mamá no necesita a Ernesto. Y si vos volvés, Lucrecio se queda acá en el campo. Yo y vos y mamá vamos a ir a vivir a la playa juntos. Mamá se puede poner el vestido de las flores rojas y elegir una casa nueva para todos. Vos podés conseguir un trabajo en un barco y traer siempre pescado. Yo esta vez lo voy a comer aunque sea asqueroso. Y con Lucrecio nos vamos a mandar cartas.



Bueno, a mí no me importa si todo es más complicado. Para mí no es tan difícil, es así: o me regalás a Lucrecio o volvés a casa. Chau papá, pensá lo que hablamos, te veo después. Mirá qué bien que estoy galopando.