domingo, 30 de noviembre de 2014




Tres átomos

Dijo que tenía tres átomos tatuados
y giraban
sobre su piel
sobre su pecho
sobre donde, imagino,
estará su corazón.

Dijo que eran negros
profundos
como serán las estrellas
las moscas de verano
o los autos que recorren las autopistas.

No sé por qué
pero los átomos
me generaron cierta intriga
como si escondieran un mandala.

Le pedí que me mostrara esas partículas
pequeñas cicatrices
y sabía
que podía no haber regreso
en la habitación oscura
la luz amarilla por la ventana
sin frío ni calor.

Dijo que no le había dolido nada
y se desnudó para mostrarme
sus tres heridas.

Apoyé la cabeza, compasiva,
y escuché
le latían
los átomos
y los sentí girar
quietos
en las órbitas.

No dije nada para no interrumpir
el movimiento
infinito
celeste
de lo dado.

Y lo que sucedió fue por eso
nada más que por eso
porque no quería que me preguntara
qué pensaba de algo tan simple
como la posibilidad de que el universo se detuviera
y nos dejara pasivos.

Y yo le dije,
aunque no debería haber dicho,
que no le temo a nada
salvo
a la contemplación.